jueves, 26 de diciembre de 2019

Las consecuencias físicas de los problemas del alma



Por lo general, en nuestra sociedad, tenemos la costumbre de no preocuparnos o no prestar atención al sufrimiento psicológico que padecemos, ya no en los demás, puesto que puede que no seamos conscientes de ello o que no sepamos reconocerlo o entenderlo, sino en nosotros mismos. Quién no se ha dicho alguna vez: yo puedo aguantar esto; está solo en mi cabeza; es que soy tonto, no sé por qué me preocupo si no me pasa nada; estoy loco; o para qué voy a preocupar a mi familia si no tengo un problema real. Por el contrario, somos hipersensibles a los síntomas físicos. Cuando nos acatarramos, cuando nos duele la cabeza, cuando nos arde la garganta o el estómago nos molesta, para todas estas problemáticas seguro que nos viene a la cabeza una pastilla que pondría solución al asunto. Incluso los antibióticos, que en principio solo deberían suministrarse bajo receta médica, se han convertido en un elemento común de consumo para tratar dolencias autodiagnosticadas.


Pero en lo que se refiere a los problemas mentales, y sobretodo a los más comunes como pueden ser la depresión y la ansiedad, que en muchas ocasiones van de la mano, solemos pensar que por ser una dolencia del alma, un problema que se encuentra en la mente, no afectan al resto de nuestro organismo y nuestra salud física general. Y nada más lejos de la realidad. Al fin y al cabo, la mente no existe separada del cuerpo, no somos dos sustancias separadas como se ha pensado durante siglos y se ha transmitido a través de la cultura filosófica occidental predominante, sino que nuestra cognición depende de nuestro cerebro y este a su vez depende del estado del resto del cuerpo.

Por poner un ejemplo muy sencillo: cuando tenemos problemas respiratorios como el asma, estos también pueden repercutir en nuestra atención, memoria y procesamiento cognitivo debido a que el cerebro es el mayor consumidor de oxígeno de nuestro cuerpo, consumiendo alrededor del 20% de todo el oxígeno que respiramos. Y esto sucede en todos los aspectos de nuestra salud. El consumo excesivo de azúcar tiene repercusiones en la memoria y el aprendizaje, así como afecta al estado de ánimo, o el alcoholismo puede llegar a causar amnesia.

Así mismo, si un causa física puede provocar problemas psicológicos, estos a su vez pueden causar repercusión a nivel físico. El estrés prolongado, que es la sensación de alerta de nuestro organismo cuando se vuelve crónica, o distrés, puede causar el debilitamiento del sistema inmunológico, insomnio, problemas digestivos, agotamiento, niveles elevados de azúcar en sangre, envejecimiento prematuro, problemas en la piel, hipertensión, infertilidad, problemas de erección, etc. sin contar con los propiamente psicológicos que podemos esperar de este tipo de problemáticas, como falta de concentración, problemas de memoria o irritabilidad, por nombrar algunos.

Estos síntomas, que se producen por la acción prolongada del estrés o la ansiedad, son realmente consecuencias secundarias y que no se dan a las primeras de cambio, es decir, se producen cuando esta situación se prolonga en el tiempo y no se le pone tratamiento. Sin embargo, es importante no alarmarse ni preocuparse excesivamente puesto que el organismo, al igual que ocurre después de una gripe o una infección, se termina reparando a sí mismo si se pone una solución adecuada. Los síntomas físicos tienden a desaparecer al tiempo que lo hacen los mentales y nuestro cuerpo vuelve a su estado habitual. Es importante, por tanto, que se busque ayuda cuanto antes, puesto que una intervención temprana puede repercutir en una reducción en el nivel de sufrimiento de la persona, tanto físico como mental.

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