miércoles, 12 de febrero de 2020

Un mundo hostil a nuestro alrededor: la sobreestimulación en nuestro día a día.





Las pantallas de nuestros móviles, ordenadores, smartwatches, televisores inteligentes, anuncios publicitarios callejeros, redes sociales, WhatsApp... Vivimos saturados por innumerables estímulos que invaden nuestros limitados sentidos de primates, diseñados para desempeñar labores de caza y recolección; de cuidado de nuestros pequeños y de supervivencia. Es cierto que la mente humana es extraordinariamente efectiva en el reconocimiento de patrones e interpretación de estos, pero en la actualidad esta alta capacidad que nos ha llevado tan lejos evolutiva y culturalmente hablando, se encuentra en riesgo de colapso debido al aluvión de señales, estímulos y, en definitiva, información, que nuestro cerebro se ve obligado a procesar.



Vivimos pegados a un diminuto ordenador portátil cuya pantalla no deja de reclamar nuestra atención constante y que nos mantiene conectados allá donde vayamos con el resto del mundo. Y no solo con nuestros conocidos, sino también con gente que ni siquiera está en nuestro entorno más cercano. Las interacciones en redes sociales como Twitter o Instagram, por poner solo un ejemplo, donde cualquier persona del mundo puede interactuar con nosotros y ofrecernos feedback de nuestros comentarios, fotos o vivencias, nos ha llevado a asumir como norma el estado de alerta constante en el que nos encontramos habitualmente. Sin embargo, esta situación, este constante bombardeo de datos, que no de conocimiento, al que nos vemos sometidos a raíz de lo que se ha dado a conocer como sociedad de la información, no es, en absoluto, natural ni agradable para nuestras mentes.

El cerebro, así como nuestros sentidos, tienen una capacidad limitada de procesamiento y cuando esta se ve superada se colapsa y deja de captar la información de manera adecuada. Por poner un ejemplo, en psicología se suele decir que los recursos atencionales son limitados, si nos estamos dedicando a una sola tarea, esta ocupará el cien por cien de nuestra atención consciente. ¿Pero qué pasa cuando nos dividimos en dos? ¿Podemos prestar la misma atención a ambas tareas que si solo desempeñáramos una? La respuesta es no. En este caso entraría en juego lo que se conoce como atención dividida o multitarea. Dependiendo del tipo de actividad que estuviesemos haciendo deberíamos prestar atención a multiples tareas simultaneamente o pasar de una a otra, centrándonos en cada una alternativamente. En el primero de los casos nuestra atención estaría dividida, es decir, prestariamos un 50% de nuestra atención a una tarea y otro 50% a la otra, o esta se repartiría de cualquier forma proporcional adecuada a los recursos atencionales necesarios para desarrollar ambas. En el segundo de los casos, prestaremos atención a uno u a otra, pero no a las dos al mismo tiempo, lo cual produce que una de las tareas quede desatendida durante un periodo de tiempo mientras estamos atendiendo a la otra y viceversa.

Como vemos, la atención dividida nos permite realizar varias tareas al mismo tiempo y es una habilidad presente en nuestras mentes que no ha sido fruto de la sociedad interconectada actual, pero que resulta de gran utilidad en nuestro tiempo. Sin embargo, ¿qué ocurre cuando los estímulos atendidos son demasiados? Cuando no podemos prestar la atención necesaria a una actividad como para realizarla correctamente o cuando la estimulación de nuestros sentidos sobrepasa lo que estos y nuestro cerebro son capaces de asimilar, es cuando hablamos de sobreestimulación sensorial. Esta sobreestimulación, muy presente en la actualidad, lo que produce son variaciones en nuestra química cerebral. Cuando realizamos una interacción social, o cuando nuestro móvil se ilumina al recibir un mensaje, cuando nos hacen un retweet o cuando alguien nos da “me gusta” en Instagram o Facebook, nuestro cerebro segrega dopamina. Este neurotransmisor, también llamado la hormona de la felicidad, es el responsable de los mecanismos de recompensa que permiten que repitamos aquellas actividades placenteras, que nos sintamos aliviados y relajados después de practicar deporte o de la sensación de placer que produce el sexo.

Pero esta hormona no está solo involucrada en actividades placenteras y saludables, sino que también forma parte de los mecanismos neuronales que producen las adicciones de todo tipo. Una adicción, a nivel neuronal, se produce cuando cada vez necesitamos más estimulación para alcanzar el mismo nivel de placer que sentíamos previamente al realizar una actividad. Esto se debe a que cuando saturamos nuestros receptores neuronales de dopamina –o de cualquier otro neurotransmisor–, estos receptores terminan atrofiándose y volviéndose insensibles a esta por lo que necesita mayor cantidad de la sustancia para alcanzar el mismo nivel de sensación que antes. Cuando esto se produce ya no realizamos las mismas actividades para sentir placer, sino para evitar el malestar producidos por la ausencia de estimulación del tipo que sea y por lo tanto tendemos a reproducir compulsivamente este comportamiento para suplir el sufrimiento.

Este mismo mecanismo, extrapolado al mundo social e interconectado en el que nos encontramos, nos hace ser esclavos de la propia tecnología que nos facilita la vida y nos abre un gran abanico de posibilidades. El estar interconectado y poder llegar a cualquier persona del mundo simplemente a través de un click o a golpe de pantalla es algo maravilloso y con un potencial inimaginado aún en nuestro tiempo, pero a su vez nos expone a ser presas de nuestras debilidades y pervierte los mecanismos cerebrales que hacen que seamos seres sociales y nos relacionemos con nuestros iguales, convirtiéndonos en esclavos de las notificaciones, alertas y recompensas que nos proporcionan constantemente todas las aplicaciones de nuestros teléfonos y produciendo, a la larga, estrés y ansiedad en nuestro organismo debido a las altas exigencias atencionales que requiere esta alta interconexión. Además, estos inconvenientes pueden derivar en problemas atencionales debido a la incapacidad para mantener la concentración en una única tarea, insomnio, irritabilidad, problemas digestivos, etc., todo ello síntomas del estrés constante al que nos vemos sometidos por tener que mantener una continua conexión para mantenernos informados y actualizados, no solo con respecto a nuestro grupo de amigos y familiares, sino de las noticias en general que ahora se propagan por intenernet.

Sin embargo, esta misma saturación perceptiva a la que nos vemos sometidos dificulta la propia adquisición de conocimientos e información veraz y eso añade otro factor estresante a nuestra relación con las redes, tener que diferenciar entre lo real y lo fake, cuando en la actualidad es tremendamente difícil distinguir lo uno de lo otro. Por eso, aunque vivimos en la sociedad de la información, en la que cualquier cosa que queramos saber está a nuestro alcance, en un mundo en el que tenemos más libertad y conocimientos a nuestra disposición que nunca, no significa que ese conocimiento llegue a nosotros mejor de lo que lo hacía en épocas pasadas. La desinformación es un mejor censor que la prohibición de los contenidos, la sobresaturación es un mejor mecanismo de control que la prohibición o las leyes para mantenernos alejados de la verdadera formación y del saber. En la actualidad, se da la paradoja de que tenemos todo a nuestra disposición y sin embargo no podemos ni sabemos disponer de ello de forma efectiva.

No hay comentarios:

Publicar un comentario