martes, 18 de febrero de 2020

El Casino Mundial: ¿Vivimos en una tragaperras gigante?





Cada acción tiene siempre su reacción (igual y contraria). Esta, la tercera ley de Newton, se extiende a todo el mundo físico macroscópico, en el cual nos encontramos los seres humanos. Y es que, si te paras a pensarlo, toda aquella conducta que llevamos a cabo en nuestro día a día se ve reflejada en una consecuencia, sin importar del tipo que sea y la importancia que tenga. Si golpeo un pelota con mi pié, esta se mueve en una dirección determinada; si insulto a una persona, esta reaccionará emocionalmente de algún modo; si después de realizar una acción recibo una recompensa, esta conducta se reproducirá con más probabilidad en el futuro. Acción-reacción, estímulo-respuesta. Estos son los principios sobre los que se fundamenta el paradigma conductista en psicología y constituye la base a través de la cual se construyen los pilares del mundo moderno e interconectado de hoy en día.



Un poco de historia.

La psicología conductista vino al mundo de la mano de John B. Watson, quien aseguraba que el objeto de la psicología era la conducta o, mejor dicho, la relación existente entre los estímulos y la respuestas que emitía un organismo. Este planteamiento, basado a su vez en los trabajos de Pavlov (reflejos condicionados) y Thorndike (ley del efecto), dieron como resultado la creación de todo un campo de estudios que desembocarían en lo que se conoce hoy en día como Ingeniería del Comportamiento, aplicación práctica de este paradigma de la psicología y sobre la que se basan todo tipo de aplicaciones, tanto terapéuticas como tecnológicas, con las que convivimos en la actualidad.

Los fundamentos de la psicología conductual son sencillos y se basan en las respuestas condicionadas que tienen todos los organismos vivos ante ciertos estímulos. En este caso, el clásico experimento de Pavlov nos resultará tremendamente útil para entender de qué trata todo esto. Pavlov era un fisiólogo ruso que estudiaba el sistema digestivo en perros. A raíz de sus investigaciones, percibió, de manera casual, que los perros comenzaban a salivar en presencia de comida o de sus cuidadores. A este efecto le llamó “reflejo condicionado” y dedujo que se producía una asociación entre la presencia del cuidador, lo cual podría significar que era la hora de la comida, y la respuesta de salivación del animal. Más tarde, diseñó un experimento a través del cual condicionó un sonido a la presencia o llegada de la comida, por lo que los perros comenzaban a salivar al escuchar dicho estímulo.

A raíz de estos resultados, muchos entendieron que la psicología humana, comprendida esta como el estudio de la conducta, se podía analizar de la misma forma, como una sucesión de respuestas condicionadas por los estímulos recibidos, el contexto, la disposición del organismo y las consecuencias que se desprenden de dicha conducta. Por lo tanto, dominando estos cuatro elementos, se podía controlar el comportamiento de un ser humano –en realidad de cualquier organismo– para hacer que una conducta se repita con más asiduidad, que se termine extinguiendo o que se modifique por otra más conveniente para el “experimentador”.

Otro de los autores más influyentes en este campo y que más han aportado al estudio de la psicología conductual fue B. F. Skinner, quien, basándose en las aportaciones de Thorndike, hizo grandes aportaciones en el campo del condicionamiento operante. Este tipo de condicionamiento, sin duda, es el que más nos interesa para el tema que nos ocupa, puesto que se postula como una potente herramienta de educación y modificación de conductas. Los principios serían muy básicos: un sujeto tiene más probabilidad de repetir un determinado comportamiento, del tipo que sea, si este va acompañado de consecuencias positivas (reforzamiento). Este tipo de condicionamiento se diferencia del clásico en que no tiene tanto que ver con la naturaleza del estímulo, sino con la relación que se establece entre una conducta y las consecuencias que esta produce. Había nacido, por tanto, la herramiento perfecta para manipular y “educar” a la sociedad.

Un mundo Operante.

Y si no me crees, mira a tu alrededor, a todo lo que nos importa y todo lo que odiamos; al móvil que tienes en el bolsillo, la consola que te espera sobre el mueble de la televisión, a la propia televisión que te llama con su brillo, al ordenador que nos abre un mundo nuevo de posibilidades sin la necesidad de salir de nuestro propio hogar... Vivimos rodeados de objetos que nos hacen sentir bien, que nos bombardean con refuerzos positivos, que reclaman nuestra atención para que los utilicemos si hace demasiado tiempo que no hemos caído en sus redes: “Hace mucho que no compartes nada con tus amigos” o “Un tweet de X que quizás te interese” o “X acaba de subir una historia después de algún tiempo”. Redes sociales que llaman nuestra atención y nos gratifican a través de “Me gustas” e interacciones sociales virtuales, a través de luces, animaciones y sonidos, todos ellos estimulos placenteros para nuestros cerebros, a través de la manipulación de tu entorno perceptivo, es decir, tu contexto y tu predisposición como organismo, así como la administración de consecuencias placenteras para cada acción que se quiera incentivar.

Compañías como Facebook o Google, que adquieren sus enormes beneficios a través de la venta y control de nuestros datos estadísticos –cuánto tiempo pasamos en internet, qué páginas visitamos, a qué horas hay más afluencia de tráfico, qué tipo de contenidos son más atrayentes, etc.–, necesitan que pasemos el mayor tiempo posible conectados, a su disposición, aportando información constante que les sirva para afinar mucho mejor sus “Redes Neuronales”, programas informáticos que se diseñan para aprender y predecir mucho mejor nuestros gustos, aficiones, comportamientos y necesidades. Para ello disponen de departamentos enteros que estudian cómo mantener nuestra atención sobre sus productos, como hacerlos más atractivos y qué es lo que nos gusta y lo que no.

¿Y qué tiene de malo esto? –te preguntarás– Mientras que el uso de estas herramientas nos resulte útil y nos haga felices, ¿por qué debería importarnos que nos estén gratificando constantemente para que usemos sus aplicaciones? La verdad es que se me ocurren varios puntos interesantes a tratar. Por un lado, el que grandes compañías y corporaciones tengan el poder de controlar masas, adivinar cuales van a ser sus comportamientos y cómo modificar sus conductas es, de por sí, bastante preocupante. Que alguien tenga el poder de realizar esas acciones elimina de un plumazo nuestra libertad individual y eso, por definición, no es bueno. Además, estas acciones entrenan a nuestro cerebro para ser dependiente de la estimulación constante, como ya hablamos en un artículo anterior, y esto puede desembocar en adicciones –como la adicción a la tecnología– o hacernos más vulnerables a loa juegos de azar, al mundo de las apuestas o a los casinos clásicos, puesto que el salto de un tipo de conducta a otro es tremendamente pequeño. Encontramos cientos, sino miles, de páginas dedicadas a las apuestas online, casinos a la vuelta de cada esquina, anuncios en televisión empujandonos a jugar, aplicaciones para móvil… la diferencia entre una adicción, a la tecnología, a la que casi todo el mundo hemos sucumbido, y a otras como el juego es tan pequeña que para algunos incluso viene de la mano.


¿Qué diferencia hay entre juegos como Fortnite y las maquinas tragaperras? Ambos disponen de los mismos mecanismos para engancharnos, para atraparnos entre sus tentáculos de estímulos reforzantes, de luces y sonidos llamativos y agradables, de bailes y premios por una victoria no siempre segura y ni siquiera probable. Como en la ruleta o en cualquier juego de azar, ganar una partida en este tipo de entretenimientos requiere de mucho tiempo y habilidad, pero sobretodo suerte. A este tipo de condicinamiento, que hace que esperes resultados positivos de hasta las situaciones más improbables, se le conoce como reforzamiento de intervalo variable y se produce cuando el sujeto no puede predecir cuando va a recibir una gratificación por su conducta, pero la repite una y otra vez sabiendo que en algún momento llegará. Este tipo de condicionamiento es robusto y genera una gran dependencia debido a que prepara a individuo para no recibir siempre un reforzamiento por su conducta, tal como ocurre en los juegos de azar, Twitter o Facebook. Uno no sabe si tras postear una foto va a recibir un Like o un retweet, pero lo sigue haciendo, esperando que este llegue en algún momento.

Vivimos, por tanto, en un enorme casino, como los que imaginamos al pensar en las Vegas, rodeados de luces, sonidos y estímulos que nos atraen, a veces a jugar, otras veces a compartir nuestras vidas, otras simplemente a permanecer conectados y navegar a través de la red de redes, y todo ello sin que seamos conscientes de que estamos en un enorme experimento de modificación de conducta y que, nosotros mismos, somos quienes aportamos la información necesaria para refinar y mejorar sus métodos.

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