jueves, 27 de febrero de 2020

Psicología y Reciclaje: ¿qué influye en una conducta sostenible?





El cambio climático y el consumo responsable se tratan, normalmente, desde el punto de vista de la física, la química, la biología, las ciencias ambientales o la economía. Sin embargo, cuando hablamos de este asunto, siempre se hace referencia al ecologismo o conducta sostenible como elemento indispensable para recuperar el equilibrio perdido en la naturaleza debido a la mano del hombre y, como vimos en un post anterior, la ciencia que estudia la conducta humana es la psicología. Pero, ¿cómo puede la ciencia que nos ocupa abordar el reciclaje, la sostenibilidad y el cuidado del medio ambiente?


El homo sapiens, como especie, ha vivido sobre la tierra durante unos trescientos quince mil años y ha causado un impacto en la naturaleza de nuestro planeta como ninguna otra hasta el momento. Ya desde el comienzo de las primeras civilizaciones, la transformación de los espacios naturales debido a la mano de obra del hombre y su insaciable apetito por el conocimiento, la tecnología y el desarrollo como medio para alcanzar una vida más cómoda y saludable, para asegurarse su supervivencia al fin y al cabo, ha demostrado la increíble capacidad de nuestra especie para transformar su entorno e influir en el desarrollo normal de grandes formaciones tanto de origen geológico –ríos, montañas, etc.– como biológico –bosques, especies animales, etc.–. Esta capacidad, fruto de un desarrollo mayor de nuestra inteligencia, habilidad de razonamiento y oportunidad de transmitir de individuo a individuo una cultura, sabiduría o talento, es lo que realmente nos hace diferentes a nuestros ancestros filogenéticos.

Pero a su vez, como animales que somos, nuestro pensamiento no está desligado de la parte más primitiva y emocional de nuestro ser, sino que se rige por sus deseos y particularidades, y nada más particular y curioso que nuestros sesgos cognitivos. Los sesgos cognitivos son efectos psicológicos que conllevan una distorsión o razonamiento inexacto que nos hace llegar a conclusiones y acciones ilógicas. De estos sesgos hay muchos, como el efecto de arrastre, hacer algo porque muchas personas lo hacen; ilusión de control, que es la tendencia a sobreestimar el dominio que tenemos sobre acontecimientos externos a nosotros; sesgo de confirmación, que es la tendencia de las personas a prestar atención a la información que confirme nuestras hipótesis, sin importar si esta información es verdadera; etc.
 

En esta ocasión, nos vamos a centrar en aquellos sesgos que producen que nuestra conducta no sea tan sostenible como debería o que no favorecen el reciclaje y el cuidado del medio ambiente, pese a que nosotros vivimos en este medio y dependemos de él para nuestra supervivencia, por lo que cualquier cambio brusco en su estado puede conllevar graves problemas para nuestra forma de vida.

El problema de los sesgos cognitivos, o de procesamiento, es que no somos conscientes de que los estamos cometiendo. Son procesos automáticos de nuestra mente que no requieren de ningún esfuerzo consciente y que por lo tanto nos pasan desapercibidos la mayor parte del tiempo. Por ese motivo, el conocerlos y aprender un poco sobre los errores que cometemos a la hora de analizar la realidad en nuestro día a día puede ayudarnos a solventar esta problemática. Por ejemplo, investigadores han encontrado que el valor que otorgamos a un producto está directamente relacionado con la probabilidad de que tenga una segunda vida o no. Si sentimos un objeto como más valioso, ya sea debido a sus propiedades o al valor subjetivo que nosotros le aportemos, nos preocupa más qué será de él y, por lo tanto, tendrá más posibilidades de ser reutilizado o reciclado que uno al que no le otorgamos ningún valor. Además, este criterio es tremendamente personal, puesto que se basa en los gustos de cada uno, y lo que para uno puede ser valioso, como un mueble de madera maciza de principios de siglo o un viejo tocadiscos, para otros no tiene porqué ser importante, pudiendo preferir muebles nuevos de grandes cadenas suecas, más baratos, o tecnología más actual, como radios bluetooth.

Ligado a esto, hallamos otro estudio de la Universidad de Boston que encontró que el estado de conservación de un producto influye en la utilidad percibida por un sujeto del mismo. De esto podemos concluir que un objeto se percibirá como más susceptible de ser reutilizado, o más digno de ello, si su apariencia es buena en detrimento de otro cuya apariencia sea peor. Sin embargo, en la mayoría de situaciones cuando hablamos de la conducta de reciclaje, esto no es cierto. Una lata de cerveza es igual de reciclable si está intacta que si está aplastada, un folio arrugado, pese a que por su simple apariencia nos parezca basura, es igual de recuperable que otro arrugado. Tendemos a prestar atención a la apariencia externa de las cosas para evaluar su utilidad y esto podría estar causandonos muchos problemas, y no solo para desarrollar una conducta sostenible, a la hora de llegar a conclusiones acertadas sobre estas.

Como ya hemos comentado con anterioridad, existe un sesgo llamado como «efecto de arrastre» que nos empuja a comportarnos como el resto de nuestro entorno. La típica frase «a donde fueres haz lo que vieres» sería el aporte de la sabiduría popular a este campo, de tal modo que, si percibimos que en nuestro entorno más cercano se recicla, se producen conductas orientadas a una vida más sostenible y respetuosa con el medio ambiente, o si vemos que nuestro grupo de iguales, en cuanto a edad, afinidad, intereses, etc. llevan a cabo este tipo de conductas, seremos más proclives a realizarlas nosotros también. Los humanos, como especie social que somos, tendemos a imitar a la mayoría puesto que esto nos ha beneficiado, evolutivamente hablando, en el pasado.

Pongamos como ejemplo a los suricatos, como Timón, personaje que dio a conocer a dichos mamiferos desde que en los noventa se estrenara «El Rey León». Su comportamiento es un ejemplo extremo de lo que es la convivencia social. Cuando uno de ellos, que está vigilando erguido la sabana, percibe cualquier atisbo de peligro, alerta al resto que corren a esconderse y a ponerse a salvo. No lo piensan dos veces, no se plantean que su congénere les esté engañando, esta conducta les ha servido en el pasado para sobrevivir y perpetuar la especie, la tienen incrustada en sus pequeños sistemas nerviosos y la reproducen sin excepción.

Del mismo modo, los humanos tendemos a dejarnos llevar por lo que hace el resto de la sociedad, con el inconveniente de que ya no vivimos en la sabana, ni en los bosques; ni somos nómadas, ni nuestros depredadores son animales salvajes. Por lo tanto, una conducta perjudicial, pero ampliamente extendida, tenderá a ser repetida simplemente por este efecto de arrastre.

¿Y qué podemos hacer para modificar nuestra conducta hacia una más sostenible?

El campo dentro de la psicología que se ocupa de este tipo de problemáticas que afectan al entorno, o se ven fuertemente influenciadas por el, se denomina psicología ambiental. La psicología ambiental estudia las relaciones e interacciones producidas entre el ser humano y el medio donde se encuentra. No se trata solamente de una ciencia teórica, sino que investiga la forma práctica de optimizar nuestro entorno con el objetivo de mejorar nuestras vidas y actitudes. Se ocuparía, por lo tanto, de analizar nuestra conducta en los diferentes espacios en los que solemos desarrollar nuestras vidas: edificios, hospitales, colegios, transporte público, etc. con el objetivo de agregar los resultados de estas conclusiones al diseño de dichas infraestructuras para facilitar y mejorar la vida de las personas. De esta forma, podemos utilizar también las investigaciones en dicho campo para comprender mejor qué incentiva a las personas a reciclar, qué ambientes son más adecuados para promover esta conducta sostenible y de qué forma el espacio nos puede predisponer o desalentar en el cuidado del medio ambiente.

Según Víctor Corral Verdugo (2015), no basta con crear entornos que proporcionen bienestar para las personas, sino que estos entornos deben exigir conductas sostenibles para el mantenimiento de este bienestar. Esto quiere decir que, aunque resulte doloroso par nuestro ego el reconocerlo, las mejores medidas que se pueden llevar a cabo para que desarrollemos conductas en pro del medio ambiente son aquellas que repercutan en nuestro propio bienestar, lo que se llaman medidas antropocéntricas, en las que se sitúa la pérdida de nuestro propio bienestar como impulsor del cambio.

Además, de nada sirve tener una predisposición por llevar a cabo conductas sostenibles si estas no se ven acompañadas de medidas y posibilidades reales de llevarlas a cabo. Por ejemplo, de nada sirve concienciar en reciclaje en los colegios, si luego en los espacios urbanos no hay suficientes contenedores para tal efecto. Por ello es importante que las conductas ambientalistas vayan acompañadas de medidas reales y de herramientas para facilitarlas. Esto debería conllevar una intervención por parte de los organismos públicos y demás actores sociales para crear una cultura responsable, donde se premie el uso, reutilización y reparación en lugar de premiar, como hasta ahora nos estamos encontrando, a una sociedad de consumo, de usar y tirar.

Para ello podemos encontrar diversas iniciativas en la web que apoyan el mercado de segunda mano y la reutilización como medio para reducir nuestra huella ecológica, así como a los mercados y profesionales locales, de lo que tanto se habla actualmente, que sufren en gran medida por esta economía globalizada y en ocasiones muy contaminante. En Murcia tenemos webs como Tablón de Anuncios, una iniciativa para la compra y venta de articulos de segunda mano entre los vecinos de nuestro municipio, donde también se pueden encontrar profesionales locales, que incentiva precisamente el otorgarle a los productos una segunda vida y apoyar la economía local. Este tipo de webs, así como antes se daba con los mercadillos o en la actualidad con tiendas de ropa de segunda mano de muchas fundaciones, generan un entorno que facilita y fomenta la reutilización y la concienciación medioambiental.

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