miércoles, 10 de junio de 2020

¿Y ahora qué? Reflexiones para la post-pandemia


Un día tras otro, el siguiente igual que ayer, continuando con la rutina que se nos impone desde arriba, desde las altas esferas de esta sociedad, de este país, de este mundo que nos ha tocado vivir y que nos obliga, de una manera u otra, a comportarnos según unas pautas preestablecidas que no se adaptan a la idiosincrasia de cada individuo, sino que se nos antepone, sin importar nuestros deseos, nuestras necesidades, nuestra individualidad y nuestras diferencias. Y, de repente, una pandemia. 


Estos últimos meses, este último hito global que ha marcado de forma imperecedera en la vida de cada uno de nosotros, nos ha hecho frenar en seco, parar las maquinarias de un motor perfectamente engrasado y al que constantemente debemos alimentar con nuestras almas, nuestra voluntad y esfuerzo; un motor con sus defectos, con sus fugas de combustible, sus sobrecalentamientos, sus averías y chirridos; un motor, al fin y al cabo, que nos hace correr, como ratones en una rueda, pensando que lo más urgente es su puesta en marcha, o mejor dicho, su perpetuidad. Pero, ¿qué pensamos ahora? ¿Esta experiencia traumática nos ha hecho cambiar nuestra percepción del mundo y nuestras prioridades o por el contrario ha sido tan solo un impás en el camino, un incómodo sueño del que ahora intentamos despertar, sobreponiéndonos a nuestros propios miedos e, incluso en ocasiones, a nuestros deseos?

El “Síndrome de la Cabaña, cuadro clínico inexistente en cualquier manual serio pero que hace referencia a ese miedo, ansiedad y estrés que se produce en algunas personas que han vivido un encierro o confinamiento forzoso a la hora de regresar al mundo exterior, a la vida “normal” de la que previamente disfrutaba, no es más que un cuadro ansiógeno (como comentaba en mi anterior artículo) por el cual nuestra mente reacciona ante una situación extraordinaria de una forma evolutivamente normal. Pero a su vez pone de manifiesto el gran estrés al que nos vemos sometidos los ciudadanos en el mundo actual, en un mundo regido por los valores del darwinismo económico, donde prima la supervivencia del más capaz y tus posibilidades de éxito, aunque parezca mentira, dependen en gran medida de la familia en la que nazcas. Evidentemente, no estoy diciendo que alguien con pocos recursos familiares no pueda salir adelante y tener éxito en la vida, sino que las probabilidades se incrementan o decrecen dependiendo del nivel socioeconómico familiar (más info, aquí: Informe Oxfam Intermón Nº 49).

Pero, ¿qué es el éxito? ¿A qué nos referimos cuando hablamos de tener una vida exitosa? Seguramente estés pensando que el éxito viene de la mano de una carrera profesional meteórica, donde se han alcanzado grandes logros y se ha llegado a los puestos más elevados de nuestro sector; y esto, de hecho, es una definición bastante válida, pero, ¿qué hay de aquellas personas que, aun teniendo un trabajo más modesto, alcanzan la felicidad, consigo mismos y con sus familias, hallando una estabilidad que, dentro de todas las preocupaciones que surgen inevitablemente, les hace sentirse cómodos y a gusto? Nos encontraremos que ante este panorama nos resultaría mucho más difícil afirmar que este último tipo de personas pueden considerarse exitosas, mientras que con el primer tipo no lo dudaríamos ni un segundo. 

Por lo tanto, después de haber experimentado una situación como la producida por el Covid-19, donde todos, o gran parte de la población, nos hemos visto claramente afectados, tenemos dos caminos posibles que recorrer. Por un lado, podríamos seguir como anteriormente, lanzándonos a la corriente de inercia acostumbrada y que, una vez aprendida e interiorizada desde nuestra más tierna infancia, nos resulta tan cómoda y conocida; o, por otro lado, podemos reflexionar, utilizar nuestra experiencia para tomar consciencia real de cuál es nuestra situación en el mundo, de cómo queremos vivir a partir de ahora nuestra existencia, si hemos sido y/o somos felices o si, por el contrario, somos un ratoncillo más, dentro de la gran rueda que es el mundo y el flujo del tiempo inexorable que se nos escapa por entre los dedos. Tenemos una oportunidad de oro, hemos alcanzado, por las malas, un punto de inflexión en donde cosas nuevas son posibles. No hay mayor oportunidad de avanzar que cuando no se tiene nada o todo se ha perdido, puesto que no se tiene gran cosa que perder salvo uno mismo, pero a la vez resulta tremendamente complicado y duro; es necesario de un esfuerzo del que muchas veces no nos vemos capaces, ya cansados, hartos, angustiados y abatidos por el peso de las circunstancias y de nosotros mismos. 

Pero si todos juntos remáramos en una misma dirección (obviando por supuesto el papel de nuestros políticos, que no tienen cabida en esta reflexión), si a nivel individual entendiéramos nuestra posición en esta sociedad que nos envuelve y arropa, o que nos oprime dependiendo de la fuerza que ejerza en cada caso sobre el individuo, y asumiéramos el increíble poder de que disponemos, primero para cambiarnos a nosotros mismos y tomar el control de nuestro destino, y segundo para negarnos a continuar con una corriente que nos hace más daño que bien, el mundo podría convertirse en un lugar mucho mejor y  más amigable, aun con sus problemas y sus dificultades, aun con sus inevitabilidades, pero cohesionado y justo, dándonos la posibilidad de desarrollar una vida mejor, más feliz y exitosa.

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