martes, 19 de junio de 2018

Beneficios Psicológicos del Deporte

Entre los muchos preceptos con los que nos han martilleado a lo largo de toda nuestra vida solo hay unos pocos que no hayan sufrido alguna modificación o revisión sustancial sobre los beneficios que nos aportan. Las dietas milagrosas se han ido transformando con el paso de los años, ciertos vicios, como el tabaco o el consumo de algunas sustancias, que antes se consideraban hasta beneficiosas (recordemos que el mismísimo Sigmund Freud era un consumidor de cocaína y la recomendaba como estimulante) han pasado a considerarse perjudiciales e incluso se han ilegalizado. Sin embargo, un mantra inamovible e indiscutible que ha llegado intacto hasta nuestros días es las bondades que nos aporta el ejercicio físico a la salud de las personas. 



A lo largo de la historia occidental se ha engrandecido a los atletas como héroes y modelos de conducta. Ya desde la antigua Grecia con sus Juegos Olímpicos en honor a Zeus o la leyenda de Maratón, pasando por los aguerridos gladiadores del Imperio Romano, se ha venido ensalzando la figura del hombre fuerte, resistente y atlético, otorgándole connotaciones en principio ajenas a la práctica deportiva, como valentía, honor o inteligencia, pero que, como luego veremos, puede que no estén tan alejados de la realidad y, más allá de los resultados que la actividad física pueda tener en nuestro cuerpo y aspecto, los beneficios para nuestra salud mental sean lo más relevante.

Empecemos por entender que es lo que le ocurre a nuestro organismo cuando comenzamos a practicar algún deporte o entrenamiento de forma habitual: 

Lo primero que ocurre tras la realización de algún tipo de ejercicio físico es una liberación de endorfinas en nuestro organismo. Esta sustancia nos produce una sensación placentera, nos ayuda a gestionar o sobrellevar el estrés y alivia el dolor, puesto que funciona como una especie de anestésico suave. Esta sustancia es la misma que se libera en el organismo cuando realizamos alguna actividad placentera, como comer chocolate, por ejemplo. No obstante se la llama la hormona de la felicidad. 

Otro factor muy importante a tener en cuenta es que aumenta nuestra resistencia aeróbica, lo cual quiere decir que nuestra sangre y nuestros pulmones tienen la capacidad de retener y asimilar más oxígeno, por lo que nos cansaremos menos y nuestro cerebro que, como ya dijimos en otro artículo, es un auténtico tirano de esta sustancia, tendrá a su disposición todo aquel que necesite para su correcto funcionamiento. 

Además, como consecuencia de una mayor exigencia de oxígeno en nuestro organismo, que sirve para alimentar a unos músculos que realizan un sobreesfuerzo puntual, nuestro sistema cardiovascular, y en concreto el corazón y los pulmones, se verán obligados a trabajar de forma más intensa para bombear la sangre rica en oxígeno hasta nuestros tejidos. Con el tiempo y la práctica continuada, esto derivará en un corazón más fuerte y un sistema más resistente ante los cambios bruscos y, por lo tanto, una mejor respuesta a los estresores

Y es que cuando hablamos de cambios bruscos, no nos referimos solamente a los cambios físicos que puede suponer, por ejemplo, jugar un partido de fútbol o tener que salir corriendo detrás del autobús porque hemos llegado tarde a la parada, sino también a eventos vitales que pueden desencadenar en estrés emocional

Al fin y al cabo, como vimos en el artículo donde hablábamos de la importancia de la respiración, el sistema respiratorio cobra una gran importancia en el desencadenante y en la solución de este tipo de patologías. Una mala respiración superficial y acelerada tiene posibilidades de desencadenar en un evento ansiógeno, que puede ir desde una leve opresión en el pecho y un hormigueo en los dedos de las manos y resto de extremidades hasta un ataque de pánico o incluso a una pérdida de conciencia. Y es que esta respuesta tan desagradable y, por desgracia, cada vez más habitual en el mundo en el que vivimos, se puede entender como una señal de alarma del cerebro ante unos niveles de oxígeno en sangre inferiores a los que necesita para su correcto funcionamiento. Esto se traduce unos síntomas como los descritos anteriormente y una sensación de miedo que puede ser tanto específica, es decir, hacia algún evento externo que haya desencadenado nuestra situación y donde por tanto pongamos el foco, o inespecífica, hacia nada en particular.

Por lo tanto, si la respiración, o mejor dicho, la mala respiración, es un elemento tan indispensable en la salud de nuestro cerebro, es fácil entender cómo el deporte ayuda a nuestro organismo a sobrellevar y superar este tipo de situaciones. Ante unos pulmones fuerte y con gran capacidad y un sistema cardiovascular en forma, capaz de mantener una saturación de oxígeno en sangre elevada y bombearla hasta todos lo tejidos que lo requieran, es mucho más difícil que se desencadene una respuesta como la descrita anteriormente y, si llegara a pasar, nos resultaría más sencillo de controlar y mitigar.

 

Pero, ¿Y cómo puede ayudar el deporte a otras psicopatologías como la depresión?

Según el CIE-10 la sintomatología asociada a los estados depresivos la persona sufre un humor depresivo, una pérdida de la capacidad de interesarse y disfrutar de las cosas, una disminución de su vitalidad que lleva a una reducción de su nivel de actividad y a un cansancio exagerado, que aparece incluso tras un esfuerzo mínimo. También son manifestaciones de los episodios depresivos:

  1. La disminución de la atención y concentración. 
  2. La pérdida de la confianza en sí mismo y sentimientos de inferioridad.
  3. Las ideas de culpa y de ser inútil (incluso en las episodios leves). 
  4. Una perspectiva sombría del futuro. 
  5. Los pensamientos y actos suicidas o de autoagresiones. 
  6. Los trastornos del sueño. 
  7. La pérdida del apetito.

Como hemos dicho un flujo de sangre mayor y más oxigenado tiene efectos muy positivos en el cerebro y en el resto del sistema nervioso central. Además, es sabido que el ejercicio incrementa los niveles de norepinefrina, cuyos niveles bajos están asociados a los estados depresivos. También aumenta la sensación de autocontrol y los niveles de concentración, así como mejora la imagen personal y el autoconcepto que uno posee de sí mismo, todo ello ayudando a contrarrestar los síntomas depresivos. Otros factores que pueden influir en los beneficios deportivos en la lucha contra la depresión son la sensación de logro y realización, síntomas de alivio o distracción y la adquisición de buenos hábitos en contraposición a otros menos saludables. Además, la realización de actividades deportivas de grupo o que se lleven a cabo con otras personas también ayuda a reforzar las relaciones sociales que suelen deteriorarse en este tipo de estados.

Y, ¿qué beneficios psicológicos aporta en deporte a la población en general?

Tengamos algún problema emocional o no, está claro que todo el mundo puede beneficiarse los efectos psicológicos positivos que aporta la práctica habitual de ejercicio físico. Entre estos efectos positivos podemos encontrar:

  • Mejora la motivación, produciendo que las personas se propongan metas desafiantes pero a la vez realistas con sus posibilidades.
  • Mejora la capacidad de aprendizaje y mejora la memoria al incrementarse el flujo de oxígeno en sangre.
  • Mejora la autoestima al mejorar la imagen corporal que tenemos de nosotros mismos y darnos cuenta que podemos ir superando metas.
  • Produce bienestar, como hemos comentado al principio, gracias a la liberación de endorfinas, hormonas que producen sensación de placer.
  • Baja los niveles de estrés al ayudar a distraerse de las preocupaciones, divertirse y aportar un estilo de vida saludable.
  • Mejora la tolerancia a la frustración, ayudándonos a entender que pese a que puedan surgir contratiempos, con perseverancia y trabajo se pueden llegar a alcanzar los objetivos deseados.

Por lo tanto, la práctica deportiva conlleva tantos beneficios para nuestra salud física como psicológica y hoy día, tras mucha investigación científica, parece hacerse más patente que nunca la cita latina “Mens sāna in corpore sānō”.

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