sábado, 15 de septiembre de 2018

Habilidades Sociales para una buena comunicación


Si en el anterior artículo hablamos de la relación de ayuda como herramienta de cambio, en este vamos a tratar un tema indispensable, ya no para el contexto terapéutico, sino en el día a día de cualquier persona.


Las habilidades sociales, como herramienta de comunicación entre seres humanos sociales, son una serie de conductas que se dan entre dos o más personas en las que se expresan emociones, actitudes, deseos, opiniones o derechos pero de un modo adecuado, respetando a su vez a los demás. Utilizando estos recursos de manera adecuada no solo se consiguen resolver conflictos interpersonales más eficazmente, sino que disminuye la posibilidad de que estos aparezcan en el futuro.



Aprender a comunicarnos bien:


Para llevar a cabo una buena comunicación solo es necesario aprender las habilidades adecuadas. Hay que tener en cuenta que las habilidades comunicativas están estrechamente ligadas al éxito y la felicidad personal, por lo que tener un control consciente y adecuado sobre dicha aptitud se revela como un factor crucial para nuestra vida profesional y personal, las cuales están estrechamente relacionadas la una con la otra.



De modo que hay que prestar atención a qué decimos, pero también a cómo lo decimos. Esto es así debido a que el 80% de la comunicación no se da de forma verbal, sino a través de otras vías como pueden ser el tono de la voz, los gestos faciales, la postura del cuerpo, los aspavientos que se hacen con las manos, etc., de modo que una misma frase puede sonar totalmente distinta dicha por dos interlocutores diferentes con intenciones también diferentes. Además, el contexto juega a su vez un papel crucial en cómo de adecuado es lo que decimos y de qué manera el otro va a percibir nuestras palabras. 

Pongamos un ejemplo: no es lo mismo que en una cafetería la camarera nos pregunte “¿Y desea algo más el caballero?” que lo pregunte tu jefe después de pedirle la semana libre. La intención, en la mayoría de las ocasiones, se encuentra más en el tono que en la forma.

Y es que existen dos tipos de comunicación bien diferenciados. Por un lado encontramos la comunicación verbal, donde la información se codifica en fonemas que a la vez construyen palabras que a su vez generan frases con un significado que podríamos llamar literal. Por otro lado, encontramos la comunicación no verbal y, como hemos dicho antes, la mayor parte de la información que enviamos al receptor se transmite por esta vía y en muchas ocasiones de manera inconsciente o que escapa a nuestro control. Pero es precisamente el tomar el control de lo que mostramos a los demás lo que nos hará buenos comunicadores.

Steve Jobs no era un buen orador por las palabras que decía, ni por aquello que vendía, sino porque controlaba los tiempos (parsimonia), el tono, los gestos, el discurso. En el momento en el que se ponía frente al público el co-creador de Apple tenía pleno control sobre sus habilidades comunicativas y las aprovechaba de tal manera que conseguía crear una gran expectación en cada presentación que realizaba.

Estrategias para una comunicación eficaz:

Un buen comunicador ha de saber adaptarse a las circunstancias en las que se encuentra, su contexto, y utilizar este siempre a su favor. Con esto nos referimos, por supuesto, a ser flexibles a la hora de comunicarnos con diferentes personas, adaptarnos a las necesidades de cada uno y utilizando un lenguaje adecuado en cada situación. Esto se puede entender rápidamente si pensamos en qué lenguaje esperamos encontrar en la consulta de un doctor y, sin embargo, como nos comunicamos con un amigo. En ambos casos, utilizamos diferentes formas de expresarnos. En la consulta esperamos que el doctor que el doctor utilice tecnicismos y un lenguaje preciso para comunicarnos el diagnóstico, sin embargo, no esperaremos lo mismo de nuestro amigo, con el que utilizaremos un lenguaje más informal y distendido.

Como hemos dicho antes, tener el control de nuestro lenguaje no verbal garantiza que la comunicación vaya guiada hacia los objetivos que nos propongamos de manera eficaz. Para ello, debemos tener en cuenta varios factores:

  • La gestualidad, es decir, la forma en la que miramos a la otra persona y las expresiones faciales que hacemos. Mirar a los ojos a una persona transmite seguridad y confianza, por otro lado, si la retiramos, y dependiendo del contexto, puede significar desinterés por nuestra parte, sumisión o superioridad.

  • La distancia interpersonal. Hay que respetar el espacio vital de las personas puesto que cuando este respeto no se da se crea una situación incómoda que no favorece la comunicación.

  • Nuestra postura es algo que el interlocutor recibe a simple vista y aporta muchísima información de nuestra actitud. Si deseas hacerle sentir al otro que le estás prestando atención una buena manera es inclinarse levemente hacia él, al contrario mostraremos desinterés o rechazo.




La comunicación asertiva:

La asertividad, como herramienta de comunicación, nos ayuda a expresar nuestros deseos, defender nuestros derechos o aportar nuestro punto de vista de una manera precisa y adecuada, sin mostrarnos agresivos ni inseguros. Este estilo de comportamiento nos permite expresarnos libremente y conseguir, con frecuencia, nuestros objetivos. 

Además, como cualquier otro comportamiento es algo que puede ser aprendido con la práctica, por lo que se puede interiorizar para sustituir otras conductas ineficaces para la vida social y que, a la larga, generan malestar.

Ser asertivo es expresar nuestro punto de vista sin denostar el de los demás, no querer llevar siempre la razón, sino tener el derecho a expresar nuestras emociones y puntos de vista teniendo en cuenta que todos tenemos derecho a equivocarnos. A su vez, saber encontrar el momento adecuado para decir algo también forma parte de la asertividad, por lo que debemos estar atentos al contexto en el que se produce la comunicación.

La escucha activa:

Lo más difícil en todo proceso comunicativo es saber escuchar. Cuando en una comunicación interpersonal uno está más pendiente de sí mismo que del interlocutor se pierde la esencia misma del acto de comunicarnos. Escuchar requiere de un esfuerzo mayor al que se requiere para hablar y escuchar activamente requiere no solo que se escuche a la otra persona, sino que también interpretemos aquello que nos quiere decir.

La escucha activa se da cuando un individuo manifiesta claramente que está prestando atención a la otra persona. Estas conductas pueden ser mensajes verbales cortos intercalados en la conversación que motivan a la persona a seguir hablando (como “ajá”, “continua” o “te entiendo”) o parafrasear partes de lo que nuestro interlocutor nos ha dicho, de modo que se reflejan los pensamientos y sentimientos de quien nos habla, haciendo un resumen de sus pensamientos en las propias palabras del que escucha. Otras formas de generar escucha activa es hacer un “seguimiento verbal”, es decir, que nuestras contestaciones tengan coherencia con lo que nos acaban de decir o haciendo referencias a conversaciones anteriores. 

Por otro lado, también existen una serie de conductas no verbales que nos pueden resultar de ayuda en la práctica de la escucha activa, como asentir, sonreír, mantener el contacto visual, imitar la expresión facial del que habla, adoptar una postura atenta y no sobreutilizar gestos que puedan distraer de la conversación.

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