Los seres humanos somos una especie social, relacional, que necesita de los otros para evolucionar y desarrollarse, para crecer como personas, para aprender de las experiencias de los demás y beneficiarse de ellas de modo que todo proceso de cambio pueda darse de una manera lo más eficaz y efectiva posible. Imaginemos por un instante que debiéramos aprender todo por nuestra cuenta, desde cero, como si nada se hubiese descubierto hasta el momento de nuestro nacimiento. Imaginemos que nadie nos echara una mano en el desarrollo de nuestra inteligencia, de nuestro aprendizaje vital, si no pudiesemos tener un modelo de referencia en el que vernos reflejados, si tuviésemos que chocarnos constantemente con un muro de problemas y mirar a nuestro alrededor sin ser capaces de vislumbrar ninguna señal que nos indicase cuál es el camino más adecuado o, al menos, cuales son nuestras opciones.
Por suerte para nosotros vivimos en un entorno social y cultural que desde niños nos orienta, nos guía y nos ofrece un apoyo en nuestras necesidades del día a día. Esto podemos verlo en el bebé que cuando está descubriendo su nuevo entorno atiende siempre de reojo a la madre para asegurarse de que esta le da su aprobación o en el adolescente que elige una figura de referencia en la que verse reflejado mientras entra en el arduo y complicado proceso de construir su personalidad. El ser humano, tenga la edad que tenga, tiende a buscar siempre la ayuda de otros para conseguir sus objetivos, de manera directa o no, sea consciente de ello o lo haga de forma velada, y por tanto, en los momentos de crisis, del tipo que sea, y aunque en muchas ocasiones el sufrimiento personal empuje a las personas cerrarse al resto, esta relación de ayuda se convierte en una herramienta crucial para provocar el cambio necesario en el otro.
Cuando hablamos de Relación de Ayuda propiamente dicha, nos estamos refiriendo a un marco de intervención donde se aprovecha la relación establecida entre dos personas para provocar el cambio necesario, pero, a su vez, nos referimos también a la propia intervención, es decir, al propio proceso de cambio, convirtiendo este concepto en la técnica que subyace a cualquier actuación que comparta este objetivo.
Por lo tanto, se trata de una situación compleja, pero fundamental, que debe establecerse previamente a cualquier intervención propiamente dicha y que conlleva un delicado balance entre el mantenimiento y el buen manejo de la relación para procurar el cambio deseado por ambas partes.
Antes personas que profesionales:
Puesto que antes que profesionales (en términos de médicos, terapeutas, trabajadores sociales, voluntarios, etc.) somos humanos, la relación personal que se establezca entre dos personas que van a intervenir en un proceso de cambio es fundamental para que este proceso se lleve a cabo de una forma u otra. Debemos tener en cuenta que esta interacción es bidireccional, es decir, que ambos intervinientes quedan afectados por la relación y que, puesto que esta tiene una motivación subyacente, la de ayudar al otro, debemos utilizarla como un instrumento que facilite el cambio de una manera plenamente satisfactoria, procurando la mejora de la vida de quien deseamos ayudar.
Para ello debemos tener en cuenta todos los elementos que intervienen en la relación de ayuda, es decir, dividir esta herramienta tan valiosa en técnicas más pequeñas que debemos tener en cuenta si queremos alcanzar nuestros objetivos.
- Empatía: cuando hablamos de empatía nos referirnos a la habilidad que tenemos las personas para ponernos en el lugar del otro, para inferir cómo se siente la otra persona en las circunstancias que está viviendo y es una herramienta fundamental en cualquier relación de ayuda, puesto que nos permite anticiparnos a las necesidades emocionales de quien tenemos delante y ofrecerle el apoyo que necesita.
- Aceptación: aceptar a quien se ayuda tal cual es y de aceptar las circunstancias que le rodean es fundamental en el proceso de cambio de una persona. Difícilmente podremos mejorar la vida de alguien si no aceptamos como es, cual es su problema y cómo esto puede influir en el proceso de cambio, tanto para bien como para mal.
- Escucha activa: entendida como la forma de prestar atención al otro de manera que este sienta que realmente le estamos escuchando y atendiendo a lo que nos quiere transmitir y sus necesidades. Para esto existen una serie de consejos fundamentales que nos sirven para hacerle llegar a la persona nuestra atención, como es asentir con la cabeza, resumir en una frase la idea fundamental que nos están transmitiendo para demostrarle que tiene toda nuestra atención y comprensión y mirarle a los ojos cuando nos hablen, puesto que el contacto visual genera cercanía y confianza.
- No juzgar: no hay que valorar prejuiciosamente a las personas puesto que cada uno de nosotros ha tenido una vida y unas circunstancias diferentes que nos han llevado hasta quienes somos hoy en día. Si la persona se siente juzgada o minusvalorada por el otro, esta se cerrará más fácilmente a la ayuda que se le esté queriendo ofrecer. Hay que trabajar en el ahora con las herramientas que se tienen en ese momento y poner objetivos de cara al futuro.
- Honestidad: el ser honesto en cualquier relación de ayuda es indispensable para que esta se lleve a cabo de la manera más sana y satisfactoria posible. No es aconsejable, ni admisible, mentir a la persona que se intenta ayudar sobre las posibilidades reales de las que dispone, sobre la ayuda que realmente estamos dispuestos, o podemos, ofrecerle, o sobre cómo va a ser el proceso de cambio. La honestidad evitará que la persona caiga en frustraciones o decepciones a lo largo de todo su proceso, pues en todo momento será consciente de las circunstancias, dificultades y objetivos de este.
- Individualización: entender que aunque el otro requiera nuestra ayuda para alcanzar los objetivos deseados, es una persona individual con sus propios deseos y necesidades, quien a su vez debe ser protagonista de su propio cambio.
- Control de la contratransferencia: entendida como la devolución que le hacemos llegar al otro sobre lo que nos transmite para evidenciarle, por un lado, cuáles son sus propios sentimientos y, por otro, la forma que tiene de procesar y afrontarlos.
- Respetar el ritmo del otro: sea cual sea la problemática que aqueje a la persona que intentamos ayudar, debemos respetar sus propios tiempos, es decir, permitir que recorra su camino a su propio ritmo, haciendo suyo su proceso de cambio y tomándose el tiempo que necesite para interiorizarlo de la forma más adecuada para él. Cada persona tiene sus propias necesidades y reticencias y estas jugarán un papel fundamental en dicho proceso, por más que a nosotros nos gustara que este se diese de la forma más rápida posible.
- Establecer límites: marcar una serie de pautas básicas que no se deben traspasar dentro de una relación de ayuda es fundamental para que la intervención llegue a buen puerto (respeto a la intimidad y a las personas que intervienen, definición del tipo de relación que se establece, confidencialidad en todo aquello que surja en el transcurso de esta relación, etc).
Factores que influyen en el proceso de relación de ayuda:
No es suficiente con el mantenimiento de la relación de ayuda. La situación depende mucho del contexto, el apoyo institucional que se reciba en el entorno, la familia, la actitud de la propia persona, etc. En lo que respecta a nuestra posición, nosotros debemos ofrecer un marco adecuado para que el cambio se produzca, pero nunca olvidar que el protagonista del propio cambio ha de ser el beneficiario de nuestra ayuda. Es decir, nuestra actitud y nuestros esfuerzos deben ir dirigidos a él y para él, quien, a su vez, con nuestro apoyo, debe ser responsable de su propio proceso de cambio y evolución personal.
Cada uno somos protagonistas de nuestra propia vida y, por ello, capitanes de la misma, un viento a favor puede impulsarnos con más fuerza para alcanzar nuestro destino, pero nunca nos llevará a buen puerto si nosotros no tomamos el timón con mano firme.
Dentro de la relación de ayuda, también resulta esencial la motivación que se le imprime a quién necesita nuestra ayuda, haciendo siempre hincapié en la necesidad que tiene la persona por establecer dicho cambio, el cual le vamos a ayudar a alcanzar.
Relación de ayuda como pilar fundamental del proceso de cambio:
La relación de ayuda, dentro de cualquier proceso de cambio, es tan necesaria que sin este marco de referencia y sin el establecimiento de un ambiente de confianza entre las dos personas dentro de esta relación, que a la postre se establece como una situación asimétrica desde su comienzo, cualquier otra técnica o herramienta que se quiera poner en práctica se verá frustrada por las reticencias del otro o por un ambiente poco adecuado para que se dé el cambio.
Para finalizar, hay que tener muy presente que por mucho esfuerzo que se invierta en establecer un buen marco relacional entre terapeuta-paciente, si este último no desea recibir ayuda todos los intentos que se hagan en este sentido resultarán infructuosos, lo que conllevará frustración por ambas partes, en quién aporta esta ayuda porque no le será posible conectar con la otra persona y en esta última porque se estará viendo obligado a hacer algo que no quiere. Por ello, es tan importante que desde el inicio de cualquier relación se establezca un marco adecuado que invite a la otra persona a confiar en quien le presta ayuda valiéndose de las herramientas anteriormente mencionadas y respetando tanto las opiniones como las decisiones de quien es el protagonista de su propio cambio.
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